Con los ojos, no solo con los oído

Un niño aprende a pedir perdón no porque se lo repitas veinte veces al día, sino porque te ha visto hacerlo tú alguna vez.
Aprende a calmarse no porque se lo digas en modo mindfulness, sino porque te ha visto respirar antes de gritar (o al menos intentarlo).
Aprende a cuidarse cuando ve que tú también te cuidas, que a veces paras, que sabes decir “hoy necesito descansar”.

Aprenden con los ojos. Y sí, también con los oídos, pero lo que más se les queda es lo que ven que haces... sobre todo cuando crees que nadie te está mirando.

Decir una cosa y hacer otra… funciona (pero mal)

Ser adulto es agotador. A veces uno da lo mejor que puede, y otras simplemente... sobrevive.
El problema viene cuando decimos una cosa y hacemos la contraria. Porque los niños, que son mucho más listos de lo que creemos, no se quedan con el discurso: se quedan con el ejemplo.

Por ejemplo:

Si les decimos que no griten, pero gritamos en cuanto algo se nos cae al suelo, aprenden que gritar es válido. Especialmente si es lunes.

Si les animamos a tener paciencia, pero perdemos la nuestra constantemente, aprenderán que la paciencia es algo que se exige… pero no se practica.

No se trata de ser perfectos, sino reales

Los niños aprenden mucho cuando ven que también nos equivocamos, pedimos perdón o nos frustramos. Más que hacer todo bien, se trata de ser coherentes… y cuando no lo seamos, poder hablarlo. Al final, educar no es decir, es mostrar. Y si no sale como esperabas, respira, ríete un poco y vuelve a intentarlo: también están aprendiendo eso.