El instinto de proteger (y el miedo a ser juzgados)
Hablar de la muerte con un niño no es fácil. Nunca lo es. La tentación de protegerlos de la tristeza, de suavizar la historia o incluso de evitar el tema, aparece casi de inmediato. Queremos que su mundo siga siendo seguro, que su corazón siga ligero. Casi nunca —o de forma muy excepcional— se ven niños en un tanatorio. Y no solo porque no queramos que sufran, sino también por miedo a que nos juzguen, a que alguien piense que “los estamos exponiendo” a un dolor que no deberían ver.
Parte de esto viene de que vivimos en una sociedad que le tiene miedo a la muerte — tanatofobia—. Es como si preferimos hacer como que no existe, evitarla, no nombrarla, y así tampoco aprendemos a manejarla.
Pero el duelo también es suyo, y apartarlos de él no lo hace desaparecer.
Niños y duelo: por qué es importante que también estén presentes

Poner palabras y dar verdad
El silencio, aunque se disfrace de cuidado, a veces deja huecos que los niños llenan con fantasía… y no siempre con la más amable. Pueden imaginar que lo que pasó fue su culpa, que la persona volverá si se portan bien, o que no está permitido hablar de ella.
Por eso creo que hay que poner palabras, claras pero adaptadas a su edad, para que sepan que lo que sienten tiene un nombre, que no están solos y que no hay nada malo en llorar.
Es importante que también sepan que la muerte es algo universal y definitivo. Que les pase a las personas, a los animales o a las plantas, es algo que forma parte de la vida y que, cuando sucede, no hay forma de revertirlo. Que no, no va a aparecer más. Esto no busca asustarlos, sino darles un marco real para que no vivan en una espera eterna.
Dejarles despedirse
No se trata de recrearse en los detalles ni de cargarles con explicaciones duras o innecesarias. El equilibrio está en dar información sincera y suficiente, y permitirles participar de los rituales. Pueden encender una vela, dibujar un recuerdo, decir unas palabras o simplemente estar presentes. No se trata de forzarlos, pero sí de ofrecerles la oportunidad.
He visto cómo, cuando se les da espacio, los niños encuentran formas muy suyas y muy puras de honrar a quien han perdido. A veces con lágrimas, a veces con risas, a veces con un simple “te echo de menos” antes de dormir.
El duelo infantil no es un atajo que podamos tomar por ellos. Es un camino que andamos juntos, con nuestras propias lágrimas y las suyas, sosteniéndonos de la mano. Y en ese andar, aprenden que la pérdida duele, pero también que se puede seguir adelante… sin olvidar.
Qué podemos decir o hacer
No hace falta encontrar “la frase perfecta”, porque en realidad no existe. Lo que sí podemos es ofrecer presencia y verdad. Decir cosas como: “Estoy aquí contigo”, “Es normal sentirte así”, “Yo también lo echo de menos”. Preguntarles si quieren hablar, dibujar, hacer algo que les recuerde a la persona o simplemente estar juntos en silencio.
También podemos incluirles en pequeños gestos: elegir una foto para poner en casa, preparar una comida que gustaba a quien se fue, visitar un lugar especial. Son acciones que les ayudan a entender que la memoria se puede cuidar y que el amor no desaparece con la muerte.
Acompañar no siempre significa hablar mucho. A veces, basta con estar disponibles, mostrar que sus emociones tienen un lugar seguro donde existir y que no necesitan esconderse para que nosotros podamos soportarlo.