Aprender a sentir sin juzgar
A lo largo de mi vida, he descubierto que permitirme sentir sin juzgar lo que aparece dentro de mí es uno de los aprendizajes más difíciles y liberadores. Siempre he tenido la facilidad de no reprimir mis lágrimas, ya sea por felicidad o por tristeza, pero debo confesar que ahora lo hago en versión pro. Porque, seamos sinceros, no es nada fácil dejar que las emociones fluyan sin ponerles una etiqueta o intentar controlarlas, especialmente cuando la vida te lanza esos días complicados donde todo parece pesar más.
La importancia de permitirse sentir: abrazar las emociones sin juzgarse

La fuerza que nace de aceptar
Aceptar mis emociones, sin tratar de cambiarlas ni evitarlas, me ha hecho más fuerte de verdad. No se trata de ser invulnerable ni de no sufrir, sino de aceptar que todas esas emociones son parte de mi humanidad. Y sí, incluso esa rabia que me da al ver que no han recogido el lavavajillas o que se han comido el último helado que tenía guardado en el congelador. Sufro esa ira, le pongo nombre, la reconozco, pero no me dejo sobrellevar por ella ni permito que me domine. Es un proceso que requiere paciencia y valentía, porque no siempre es fácil detenerse, escuchar esa vocecita interna y dejar que fluya lo que sea que está ahí.
Cómo me permito sentir
Cuando necesito permitirme sentir, trato de detenerme y ver qué está pasando dentro. No intento cambiarlo ni hacerlo desaparecer, simplemente lo reconozco y lo nombro en silencio, como quien habla con un amigo raro pero importante. Respiro profundo y me dejo sentir esa emoción, sin criticarme ni ponerme dramática (bueno, a veces un poquito). A veces escribo lo que siento, otras veces lo comparto con alguien de confianza o simplemente me doy permiso para llorar o reír, según lo que surja. Sé que este proceso no tiene un tiempo definido ni una fórmula mágica, y me recuerdo que cada emoción tiene su propio ritmo, igual que cuando intento armar un mueble y me lleva más tiempo del que esperaba.
Reconocer nuestra humanidad
También sé que no siempre lo hago bien. A veces me juzgo por sentir demasiado, otras veces evito emociones que sé que necesito atravesar o vuelvo a lugares emocionales que creía haber superado (como cuando vuelvo a ver esa serie que me pone nostálgica aunque sé que no debería). Pero me recuerdo que soy humana, que equivocarse es parte del camino y que el crecimiento no es una línea recta sino más bien una montaña rusa con subidas, bajadas y alguna que otra vuelta inesperada. Permitirme esos momentos es una forma de compasión hacia mí misma.
Al final, permitirme sentir me ha llevado a vivir de una manera más auténtica y plena. Ya no me juzgo por lo que siento, sino que me doy el espacio y la comprensión que necesito para avanzar desde un lugar verdadero de sanación y crecimiento. He aprendido que abrazar mis emociones no es una debilidad, sino un acto profundo de amor hacia mí misma.