El descanso que incomoda
Hay algo que todavía no se me da del todo bien, y es hacer nada. Aburrirme. Detenerme sin sentir que debería estar haciendo algo más útil, más productivo, más... cualquier cosa. Y no es porque me encante estar ocupada todo el día, es más bien un chip interno que me dice que si no estoy “aprovechando el tiempo”, entonces lo estoy perdiendo. Como si descansar fuera una falta leve, pero molesta.
He intentado aburrirme con intención. Me he propuesto pasar una tarde sin hacer nada “relevante”. Y cuando digo nada, me refiero a no leer cosas que sumen, ni aprovechar para organizar un cajón. ¿Sabés qué pasa? Me empiezo a incomodar. Como si necesitara justificar mi quietud con frases como: “es que necesitaba desconectar”. Como si descansar, por sí solo, no fuera suficiente.
Estoy aprendiendo a aburrirme sin culpa (o al menos lo intento)

Hacer nada, pero sin trampa
A veces incluso me doy permisos con trampa. Me digo que me lo voy a tomar con calma, pero termino haciendo listas mentales o resolviendo pendientes invisibles. Y ahí me doy cuenta: no es solo cuestión de parar el cuerpo, también tengo que aprender a parar la exigencia.
Estamos tan acostumbradas a correr que cuando paramos parece que algo está mal. Pero no se rompe nada. Lo que pasa es que aparece el silencio, y a veces da miedo escucharse sin distracciones. Aparece el verdadero cansancio, el que no se tapa con tareas ni se resuelve con café.
Aprender a quedarse quiet@
Así que estoy en eso: aprendiendo a aburrirme. A mirar el techo sin planificar nada. A no llenar cada rato libre con “cosas útiles”. A quedarme quieta sin sentir que se me escapa el día o que debería estar haciendo algo mejor con mi tiempo.
Me cuesta, lo confieso. No me sale natural. Hay días en los que me convenzo de que ya estoy más tranquila… y, sin darme cuenta, vuelvo a revisar el correo, a pensar en cosas pendientes, a inventar alguna mini-tarea que me devuelva la sensación de “aprovechamiento”. Pero también hay otros días —menos frecuentes, pero reales— en los que logro simplemente estar. Sin productividad, sin justificación, sin culpa.
Porque sí, aburrirse también es parte de vivir, y no necesito estar agotada para permitírmelo. A veces, en ese “no hacer nada”, una encuentra mucho más de lo que esperaba: una calma nueva, una idea suelta, una sonrisa espontánea… o simplemente, un poco de silencio amable.
Y si alguna vez me ves quieta, mirando al vacío con cara de estar en paz... no me interrumpas. Estoy haciendo algo muy importante: nada.